Todo era muy extraño, yo andaba seguro, andaba chulo. Los brazos colgando, las manos abiertas, con una sujetaba un cigarro que me llevaba a la boca sin preocupación, daba una grande calada, el humo entraba en mis pulmones y después suspiraba fuerte para sacarlo, se lo llevaba el aire, lejos. Los auriculares en los oídos y la música bien alta, que anime, que se oiga, total después de tanta seguridad me apetecía hasta cantar, y lo hacía, sin problema. La gente pasaba algunos miraban pero yo seguía cantando, ¡a ellos que cojones más les da!.
Pero todo se torcía cuando llegaba a mi destino, cuando la veía a ella. Llegaba la sensación de inferioridad, la cohibición inexplicable antes aquellos ojos pintados, esa sonrisa recogida con un pendiente y ante aquella naricilla respingona. Yo sabía que era bueno, que era suficiente, que podía con todo, pero parece ser que el bendito destino, aquel que es inexistente, quiso que mi privilegiada mente llegase a bloquearse.
¿Las bocanadas al hablar? A la orden del día. ¿Las sonrisas pequeñas? me parecían injustas comparadas con las tuyas. Menos mal que al menos eso te gustaba. Eso es algo que siempre me preguntaré, realmente yo sé que fui un pequeño desastre, pero aún así gustaba.
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