viernes, 21 de octubre de 2011

Que el deseo nos encierre de nuevo

Con una habitación nos bastaba. Repleta de ropa tirada, libros abiertos, bolígrafos destapados y las sabanas de una cama echadas hacia atrás. Bastaba con dar un bandazo a la mesa para apartarlo todo, agarrarte de tus muslos desnudos clavándote los dedos hasta fundirme con ellos. Empotrarte contra la mesa y besarte entera, desde tu ombligo hasta tu mentón, lamerte los labios y con una gracia y facilidad inexplicables penetrarte. Mientras tú dejabas entrever un jadeo, ahí era cuando yo aprovechaba para entrar con ganas, con deseo, con ansia. Quería escucharte gemir con fuerza. La manera de agarrarme con más fuerza cada vez que iniciaba una nueva desbandada, el frenesí que empezaba a nublar nuestras mentes para dejar paso solo al placer, que se mezclaba con los jadeos… Acariciarte toda la espalda y detenerme en esos hoyuelos que tanta gracia tenían para mí. Sujetarte con deseo y empujarte, quitarte, empujarte… estar dentro, fuera, estar en los dos sitios a la vez. Morderte el cuello, la boca, morder cualquier cosa que se pusiese delante. Besarte y desgastarte entera, arrancarte la piel con mis ásperos labios mientras abajo continuaba ese baile de piernas que nos atrapaba, que hacía que solo existiese tu cuerpo y el mío.
De repente todo paraba, simplemente para ensamblar una mirada, una mirada que todo lo decía…una mirada que se perdía cada segundo y volvía al siguiente porque los jadeos nos robaban el aliento.
Nunca desee a nadie como tú, nunca nadie me acarició como tú, nunca nadie follo como lo hacíamos nosotros.

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